viernes, 17 de junio de 2011

Chochito periodista

Seguimos recuperando joyas de Internet en peligro de desaparición, haciendo una modesta arqueología. Esto sólo estaba ya en la caché de Google, y se lo debemos a Jose Luis Moreno Ruiz


Chochito periodista, en la cultura, suele ser analfabeta funcional o analfabeta del todo. Acude a las ruedas de prensa y lee con mucha dedicación las páginas de propaganda que envían las editoriales, y cuenta en su medio, después, cuanto allí viene o aquello que se dijo en la presentación del libro de turno. Chochito periodista, en la cultura, está a la última, pero si le encargas una breve reseña –por ejemplo– acerca de la última edición de lo de Lawrence de Arabia, te dice abriendo los ojos como se abriera acaso el coño cuando logró su contrato como periodista –chochito– cultural: “¿Ha publicado un libro Peter O’Toole?”


No es una broma: a mí me ocurrió con una chochito periodista, que según el director del medio para el que trabajaba, era una chica cultísima. En la redacción se la tenía, simplemente, por una excelente mamadora.


Chochito periodista, en la cultura, suele ser más o menos guapa o más o menos fea, da igual: su éxito sexual radica en que, de común, los tipos que mandan en las redacciones (o en las televisiones y en las radios) son de desecho de tienta y defectuosos: físicamente tan arruinados como lo están intelectual o éticamente; dipsomaníacos biliosos y casposos de grasa y regüeldo, cuando no directamente viejos o aviejados con las hernias inguinales reflejadas hasta en su mirar de pus; o en su palabra dispéptica que se produce siempre para agredir al buen gusto o a las mínimas exigencias intelectuales que debiera presentar quien al menos pretende juntar unas cuantas letras.


Chochito periodista, a veces, es la tonta de la casa bien: por eso va a cultura. En dichos casos es de buena cuna, hija, nieta, hermana o hasta esposa de algún periodista notable, o de algún empresario, y por eso, porque es tonta, va a cultura: asiste a presentaciones de libros, a los primeros pases de películas, hace su reseña y en ocasiones hasta una entrevista. El machismo –aquí sí– se manifiesta en esto: a la chochito periodista tonta jamás la pondrían en política o en economía, y mucho menos para darle un cargo. Esas chochitos periodistas son de jaez distinto. Como la cultura es cosa despreciable (y realmente lo es tal y como se aborda desde los medios), de poca importancia, un relleno de páginas que bien viene pues alguna publicidad de las casas editoriales se capta a su través, y además da buen tono sacar de vez en cuando a un sujeto tan estólido y tan pesado como José Saramago –sea a la manera de ejemplo entre otros muchos posibles–, se deja a las mujeres tal y como se supone que deben serlo las que aman la cultura: chochitos periodistas y además tontitas, lelas, babosillas y obsecuentes.


Una de estas chochitos periodistas se acercó cierta tarde a mi mesa para decirme: “Llaman de la editorial Alfaguara, que si queremos hacerle una entrevista a un tal Augusto Monterroso… Ponme en antecedentes, ¿quién es?”


Esta chochito periodista ahora manda mucho en lo de la información cultural.


Yo le hice la entrevista a Monterroso, pasamos una tarde de charla estupenda, me habló de libros pero también de los prostíbulos de México y hasta de cuando Manolete debutó allí. La entrevista, en fin, me salió más que aceptablemente: a chochito periodista le pareció machista, por lo de los prostíbulos de Ciudad de México.


Las chochito periodistas babosillas y de buena familia se parecen mucho a las chochito periodistas de años ha. Ya no van a misa como las de antaño y hasta se comen alguna que otra polla de conveniencia con un furor que a las de entonces probablemente les faltaba, pero de su endeblez intelectual apenas pueden colegirse diferencias: lo ignoran casi todo mas tienen las apoyaturas (a veces hasta en vinagre) que son de recibo para hacerse con ese poder reservado a las mujeres en la prensa: ya se ha dicho qué poder; no es sino el que jamás querrían para sí los tipos ante cuyas braguetas miserables se prosternan las chochitos periodistas. Sale más barato colocar bien colocada a una chochito periodista que irse de putas más o menos sanas con cierta frecuencia. Y en el caso de las chochitos periodistas de buena cuna la relación oligárquica queda perfectamente a salvo: Dios los cría y ellos se follan para preservar la especie infamante de los recomendados y de los traficantes de influencias. Chochito periodista es aquí una braga de cambio; o una letra pestilente. ¿Acaso no acertó Karl Kraus al proclamar que “las mujeres interesantes tienen respecto a las otras la ventaja de que son capaces de pensar lo que han pensado antes que ellas hombres carentes de todo interés”?


Así ocurre que chochito periodista, en ese repensar lo que ya han pensado hombres carentes de todo interés, es también censora.


Otra chochito de las aquí tratadas, habiendo escrito yo ciertas páginas sobre una de esas guarrillas tan estupendas del mundo del espectáculo –creo que era una modelo–, en las que citaba a propósito de la hermosura y de la probable tontería de la modelo aquello que escribió Baudelaire cuando le reprocharon su amor por Juana Duval (“a menudo la tontería es el ornamento de la belleza”, dijo Baudelaire y tal fue mi cita), la chochito periodista me espetó que cosas así no debían tolerarse.


“No lo digo yo, lo escribió Baudelaire”, dije, y la chochito: “Pues me da igual, habría que prohibirlo lo diga quien lo diga”.


Claro está, la chochito periodista aquella hablaba con razones de mucha legitimidad, pues se decía de izquierdas y sabido es que las izquierdas censuran de manera más inclemente y sórdida que las derechas, pues si éstas lo hacen en nombre de la moral, la patria, la seguridad del Estado, la religión y el mantenimiento sacrosanto de sus intereses de clase –que además defienden, llegado el caso, con sus policías y sus militares–, la izquierda censura en nombre de la libertad.


Paradigmático es a este respecto lo que cuenta Carlos Semprún Maura en su libro de memorias El exilio fue una fiesta, a propósito de cómo los poderes fácticos de la izquierda española ligada al mundo editorial y al de la prensa, impidieron la publicación de su libro crítico sobre Sartre, y unas cuantas infamias más. En fin, lo que ya anticipara hace tantos años el anarquista Luigi Fabri cuando equiparó al capitalismo de Estado –llamado comunismo– y al capitalismo de monopolio –llamado democracia–: el poder cultural es patrimonio de sus respectivas burguesías, que censuran no ya cuanto pueda poner en peligro sus respectivas estabilidades políticas, sino incluso lo que pueda alterar, aunque sea en lo más nimio, los criterios estéticos en los que se solazan y a través de los cuales se pretenden humanistas, o simplemente gente mundana y culta.


Lo culto vale mucho: a no pocos imbéciles del Parlamento vemos y oímos en televisión decir, cuando llega el verano, que sus merecidísimas vacaciones les darán la oportunidad de leer, leer y leer.


Claro está, ahí chochito periodista apuesta (lo de apostar es un término que dicen mucho los merluzos de la prensa, y por supuesto, los bacalaítos más o menos perfumados que son las chochito), chochito periodista apuesta, decíamos, por los políticos cultos, por los que dicen leer los libros pésimos de Rosa Montero y de Isabel Allende, entre otros/as, como les gusta escribir a las chochito periodista y como dicen unos cuantos maricones –sea de culo, sea de intelecto– de las ONGs y otras instancias del espíritu cooperador que es políticamente correcto hacerlo para no discriminar a la mujer.


En ese apostar, por supuesto, chochito también lo hace por Cuba, y tiene un póster del Che, y no tiene ni puta idea de quiénes fueron Lezama Lima y Reynaldo Arenas, pero afirma que en Cuba todo el mundo sabe leer, seguramente porque lo escuchó en un espeso recital de los dos conocidos funcionarios castristas, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.


Aún recuerdo y lamento aquel día en el que, trabajando yo en un programa de Radio Nacional de España, del que no quiero acordarme (no fue en mi Rosa de Sanatorio, de Radio 3), al infame locutor se le ocurrió abrir los micrófonos para que la gente interpelase a Reynaldo Arenas, invitado al programa. Arenas había hablado de la represión castrista y los oyentes lo llamaron gusano, cerdo, vendido a la CIA y demás barbaridades fascistas propias de la izquierda española, tan presta a la defensa de lo más brutal cuando alguien ataca al régimen de Castro o cuando alguien habla del derecho a existir del Estado de Israel, por ejemplo; entonces se hacen de un mahometanismo hiperestésico y claman por la única razón que esgrimen los árabes, en lógica consecuencia de su actuar más por imperativos mágico-religiosos que debidos a un razonamiento intelectual mínimo: arrojar a los judíos al mar.


Naturalmente, varias chochito periodistas de los informativos de RNE que por allí había estaban la mar de contentas con los insultos que los oyentes decían a Reynaldo Arenas.


Reynaldo Arenas nos miraba como sin dar crédito a cuanto sucedía y sólo acertaba a decir “les juro que no miento”.


No creo que ninguna chochito periodista tenga en su cuarto un póster del pobre Reynaldo Arenas. Ni uno de sus libros.


¿Pero sabe leer chochito periodista?

Chochito político

Aquí, las chochito periodistas cambian casi radicalmente; no en lo esencial, pues son igual de ignorantes y analfabetas, obsecuentes y babosas, sino en las actitudes. La chochito periodista dedicada a la información política tiene mejor encarnadura –si se toma lo masculino como lo mejor–, es malhablada e intenta tratar a los tipos de tú a tú; es menos femenina, en suma, y aparentemente más resuelta.

De babosa, lo mismo. O a veces peor. La chochito periodista dedicada a la información política es igual de analfabeta que la chochito periodista dedicada a la información cultural, pero aquí alardean de ello: puede –dicen– el contenido sobre el continente, lo cual no deja de ser una ilusión, o una impostura, toda vez que tratan con políticos y de lo político, en aplicación de ese falseamiento cómplice de la realidad con que, por ejemplo, los periodistas, los políticos y hasta los policías, hablan de la Constitución como numen redentor de la incivilidad patria: los únicos inciviles son ellos, que hasta elaboran una llamada Carta Magna –de la que emana un Código Penal– para preservar sus intereses de clase, en muchos casos criminales.

A la chochito periodista dedicada a la información política le encanta el alterne con estos sujetos (políticos, policías, periodistas de la política) y muy a menudo se los folla, no tanto por placer (habrían de estar absolutamente viciadas para gustar de semejantes sujetos) como para poder contarlo en sus tertulias de camioneras con el clítoris como de piedra pómez.

Si la chochito periodista dedicada a la cultura se parece en cierto modo a la chochito periodista cultural y católica y tradicional de antaño, las chochitos periodistas dedicadas a la información política se parecen sobremanera a las chochitos periodistas que alumbró el franquismo en su prensa movimental: cazalleras, sucias, comepollas de los tipos más vomitivos (ayer, falangistas; hoy, constitucionalistas todos).

Esas son las chochito periodistas de la información política, digamos, de a pie. Luego están las de mayor relumbrón, las conductoras de espacios informativos y las entrevistadoras –a las que sus compañeros llaman, atención, “una metáfora rubia de la democracia”, cuando la elementa va teñida–, que son, de común, más vistosas: compiten con las actrices y 1ocutorinas del medio radiofónico y del medio televisivo, lo cual las obliga a cuidar el físico un poco más: en su descargo vale decir que suelen follar con mejor ganado masculino que el compuesto por los cabestros políticos o periodísticos, y que incluso están dispuestas a presentar programas de variedades y cosas así, como una putilla cualquiera: al menos lo asumen y no lo intelectualizan. Forman parte del mundo del espectáculo y no del mundo de las alcantarillas.

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