lunes, 21 de febrero de 2011

Insomnio (Basado en hechos reales)

Estoy en casa lisiado con una contractura en la espalda. Como mi dimensión barrigal está aumentando considerablemente, decidí hacer abdominales (después de ya casi seis o siete años sin realizar la más mínima actividad física, ni siquiera darle patadas a un esférico) y ¡chas! casi me quedo parapléjico. Como me aburro soberanamente y si pongo la tele o leo, con este frío, me quedo dormido como una abuelilla, pues me he decidido a retomar esto, que ya van dos meses sin meter ningún ladrillo. Podría decir que tengo mucho trabajo, que me han surgido imprevistos, pero no, lo que pasa es que soy un vago de siete suelas. Lo cierto es que no se me ocurre de qué chorrada hablar, así que voy a tener que hablar de mí, por desgracia. Pero allá voy, con ustedes, un insomnio acontecido estas navidades:

Esta breve historia comienza, como no podría ser de otra forma, con una borrachera estúpida y monumental. Una de éstas que si sales de trabajar, que si juega el Madrid, que si patatín, que si patatán, que te vas a cuatro patas para casa. Al llegar a mi hogar, decidí encender el ordenador para, ya que estábamos, leerme el plan Ibarretxe -ebrio cobra un sentido mucho más profundo- y navegando no sé qué vi que capto mi atención, por lo que me dirigí a la nevera a por algo de comer para que su deglución amenizase la lectura. Sólo contaba con un batido de fresa. Tiene nutrientes -pensé- así que decidí ingerirlo. Pero, lamentablemente, fue sentarme y al llevar la mano al ratón, derramar su contenido sobre el teclado. El teclado se fue a tomar por culo evidentemente. Así que tuve que plantearme, como trabajador filocomunista que soy, hacer lo mismo que hacían los obreros soviéticos en la URSS cuando se encontraban ante la pérdida o destrucción de una herramienta en su hogar: cholar otra igual o mejor en el curro.


El petróleo me la suda mientras no escasee este fluido de fantasía


Dos días más tarde, en el trabajo, me quedé hasta las tantas para que la gente desalojase y, en su momento, afanar algún teclado en desuso. Lo hice, como en Misión Imposible, pero con menos sutileza, me introduje un teclado por la huevera, alojándolo entre la ingle y mi pecho lozano y español. Dije adiós con una sonrisa nerviosa a quien quedaba por ahí y salí escopetado. Pensaba sacar el artilugio, que me estaba destrozando los cojones, en el ascensor. Pero hete aquí que había un individuo en el descansillo y tuve que bajar con él, por lo que no me pareció muy católico extraerme un teclado de la entrepierna en el metro cuadrado del ascensor. Así salí a la calle, pero de nuevo me dio un poco de vergüenza sacármelo y que la gente pensara que, o bien acababa de robarlo, o bien que soy retrasado mental. Y por miedo a cruzarme con un militante de algún partido político democrático que me diese una paliza, opté por disimular y colarme en el metro con el abrigo y un teclado "Compaq" en las pelotas.

Lo mismo que, como ya se ha dicho en algún post, en Madrid, en verano te cagas de frío. El invierno no iba a ser menos y flipas con el calor que hace. Y si vas en el metro, con la chupa sin desabrochar y un apéndice de plástico de cincuenta centímetros debajo, bien prieto, no te quiero ni contar. Me tocó sudar. Y sudando como una perra salí a la calle en mi parada. Donde, quizá por ser la parte más alta de Madrid, quizá por joder, hay unos vientos que sugieren más de una vez la locomoción a vela, pues me quedé heladito al estar empapado en sudor por la miserable calefacción del asqueroso metro. Llegué a casa rechinando los dientes. Me saqué el artilugio y no lo eché al fuego de la chimenea porque carezco de la misma. Me quité los zapatos chutándolos por el salón. Dice el populacho que esto es de cochambrosos, pero si aparece una cucaracha más te vale haber dispuesto los zapatos en la estancia como aconseja la Historia de la Wehrmacht, Divisiones Acorazadas, Tomo II. Me situé frente al ordenador y a mi antiguo teclado, ahora rosa, y vi que ¡caramba! la botella de batido todavía rondaba por las cercanías y aún quedaba algo de contenido. Por lo tanto, dejé el nuevo teclado por ahí tirado y me tumbé a ver la tele acabando el fluido rosa. Curiosamente, no presentaba un paso por boca aterciopelado como es costumbre en los productos de Okey SA. Como mi procedimiento de cata podríamos definirlo de neardenthal, prueba de ello eran los goterones que había en mi camisa tras una compulsiva primera ingesta fruto de la alegría de encontrarme tamaña sorpresa de fresa, decidí beberme el néctar como dios manda, bendiciéndolo y con una fase olfativa inicial. En ella se percibía con claridad que, aunque había unos lácteos muy marcados, ciertas notas agrias daban un mal rollo que te cagas. Se trataba de un Okey Fresa excelente, pero una crianza de dos días al sol no le había hecho ningún bien. Debía estar podrido. No me quedó otra que encogerme en el sillón y esperar la muerte como un Español con mayúscula, esto es: en calzoncillos, camiseta interior y tumbado.

No perecí, no, pero me desperté a las dos de la mañana aturdido en el sofá. Mis tripas sonaban mal y yo me levantaba a las siete al día siguiente. Me fui a la cama con el rabo entre las piernas y una preocupación muy grande: a ver cómo hostias me volvía a dormir. Estaba bastante desvelado y comencé a dar vueltas en la coma de forma inmisericorde. En el despertador parpadeaban ya las tres. Eso sí que le pone nervioso a uno. Desesperado, barajé posibles técnicas para conciliar el sueño y me decanté por una muy vanguardista: me puse a cantar.

Escogí una canción que, a mi juicio, su letra tenía que ser la del himno español. No por nada, sino porque nos define muy bien como pueblo, está extendida en toda la piel de toro y, coño, es bonita. Me refiero a "La puta de la cabra". Tras recitarla unas doscientas cuarenta o doscientas cincuenta veces, no sé cómo, por arte de bilibirloque, fíjate tú, me sorprendí a mi mismo cantando "Soy una chumbera" de Melody. Por tan simpático acontecimiento esotérico, me animé y le imprimí alegría al asunto. ¡¡Soy una chumbera, soy una chumbera, soy una chumbera!! -gritaba entusiasmado. Hasta que me quedé mudo como un pez. Un enigma cósmico se presentó ante mi con inusual fiereza: ¿Qué putos cojones es una chumbera?. Alarmado, salté de la cama y cagándome de frío abrí el diccionario:

chumbera.
(De chumbo).
1. f. higuera chumba.

Juro por Dios que pensaba que los higos eran "chungos". Ahora resulta que son "chumbos". Pero el enigma estaba en la canción, que no tenía sentido. Por lo que tuve que buscar qué es "chumba". Suponía que querría decir alocada, saltarina o algo que encaje con lo que pueda cantar una niña de ocho años, pero ponía:

~ chumba.
1. f. nopal.

¿Nopal? ¿Pero qué hostias es un nopal?:

nopal.
(Del nahua nopalli).
1. m. Planta de la familia de las Cactáceas, de unos tres metros de altura, con tallos aplastados, carnosos, formados por una serie de paletas ovales de tres a cuatro decímetros de longitud y dos de anchura, erizadas de espinas que representan las hojas; flores grandes, sentadas en el borde de los tallos, con muchos pétalos encarnados o amarillos, y por fruto el higo chumbo. Procedente de México, se ha hecho casi espontáneo en el mediodía de España, donde sirve para formar setos vivos.

¡Buf! bueno, podría ser que Melody se dedique a la psicodelia en sus letras, todo es posible en el arte de la música, pero no, resulta que había una segunda acepción, y agárrate los machos:

~ de la cochinilla.
1. m. Méx. Variedad que se diferencia de la planta anterior por tener muy pocas espinas en las palas, sobre las cuales vive la cochinilla.

¿Está diciendo Melody, una niña de ocho años o menos, que dentro de ella, que en sus entrañas, que en su interior lo que hay es una cochinilla? O sea, ¿que está cantando "¡Soy una puta guarra, soy una puta guarra!"? Pero qué país es éste, por dios.

Como para buscar en el diccionario lo de la pata negra

En ese momento, alteradísimo, decidí enviar los resultados de mi investigación a la autoridad competente. La única que yo reconozco en este país, que no es ni ZP, ni Rajoy, ni Otegui, ni ningún político: se trata de la cinta de pelo de Emilio Sánchez Vicario. No sé si, de llevar siempre la misma, por el moho y el calorcito, cobró vida, o si procede de una invasión alienígena, en concreto de La Invasión de los Ornamentos Ochenteros, que aterrizó en su cabeza y se adueñó de su destino para siempre.

Tuve que entrar en Internet para encontrar la letra entera de Melody y adjuntarla en mi misiva a Su Majestad, la cinta de pelo de Vicario. Para ello, monté el teclado y, maldiciendo, dentro de su página web pude comprobar que en realidad decía "Soy una rumbera". Qué decepción, yo que llevo años cantando en toda reunión social que se precie "Soy una chumbera". Había confundido una sílaba de vital importancia. Así me miraban mis amigos: entre confundidos y apenados. La cinta de pelo de Vicario tendrá que esperar.

¿Qué habría podido llevarme a tamaño error? -pensé, de nuevo dando vueltas en la cama. Esto ha tenido que ser cosa del PP, como siempre. Y no es broma, la generación de críos que ha crecido con Aznar como líder de masas, al querer aproximarse a sus cualidades sobrenaturales, lo mismo han copiado su dicción, y por eso no hay Dios que entienda si Melody cantaba rumbera, chumbera o, directamente, puta guarra, como yo sospechaba. De todas formas, a poco que Crónicas Marcianas dure unos meses más, seguro que tenemos a Melody por ahí dejando que la expliquen lo perra que es. En resumen, que algo de razón tengo que tener. Y como ya le deben estar saliendo las tetillas, seguro que el lector hetero, y ligeramente pederasta, se ha estado frotando las manos. En ese momento, fue pensar en tetas y que me asaltase otra incógnita cósmica: ¿Por qué las tetas no llevan premio?

Seguro que todo hombre de bien, si se sincera, daría cuenta del agotamiento vital que supone haberse pasado toda una vida sufriendo por las tetas ajenas. Son muchos los litros de baba que genera uno en el colegio por la presencia de algún par de melocotones de descomunal tamaño en los alrededores. Años de púber bigotillo sufriendo hipertensión por culpa de las peras. Al final, cuando por fin tu mano se acercaba a unas, después de haberte arrastrado por lodazales si hubiera sido preciso para conseguir camelar a la chica de turno, en ese momento histérico -porque en el sexo, cuando no hay amor, hay compulsión, y a los catorce años, amor, lo que es amor, sólo lo albergaba Candy Candy, ergo, era un momento histérico- cuando agarrabas la bufa por primera vez en tu vida y de dentro de ti surgía un tifón de sensaciones sólo equiparables a lo que siente He-Man cuando alza su espada y grita: "por el poder de Greyskull", llegaba un cenit, un máximo, un momento inolvidable, pero que, una vez logrado, te jodía la vida. Porque te quedabas ahí, como esperando algo más, y es que, en el fondo, lo que estabas haciendo no era más que manosear con brío una simple pelota de carne. ¿Todo, todo este sufrimiento de tantos años por una mísera pelota de carne?



He-Man, tras tocar la primera teta de su vida, segundos antes de pensar: ¿era esto?


Porque claro, estamos hablando de una época, la mía, en que las chicas se dejaban tocar, pero nada más, no al menos hasta haber cumplido los 17 o 18. Y después de horas intercambiando babas y tocándose por encima, pero nada más, te recalentabas, que es lo peor que le puede pasar a un ser humano. Casi es preferible la vida en la teocracia franquista que sufrieron nuestros padres donde, o bien ni sabían lo que era una teta, o bien tenían claro que no la iban a tocar hasta que casi peinasen canas. Hoy en día ya sé que, por medio de Internet, una teen brunette bizarre pantyhose de catorce años, natural de Fuenlabrada, puede ser experta en chupar polos de carne, pero en mis tiempos aún no había arraigado la lujuria que generó el laicismo felipista ¡anatema! de los ochenta. Al final, dándole mil vueltas, me reafirmé en mi idea para solucionar el problema: que las tetas lleven premio. Un rolex de oro, un paquete de Fortuna, yo qué sé, algún simpático obsequio dentro del canalillo... cualquier cosa que justifique el hecho de haber reptado por una chica durante todos los meses que costaba hacérselas por aquel entonces. Eso, o prenderle fuego al Papa. Mmmmm, casi mejor lo segundo que lo primero -concluí- y me sobé por fin.

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