lunes, 21 de febrero de 2011

Manifiesto por una violencia mejor



"Jamás se borró de la memoria de Ignacio el día en que tomado un horno de Begoña lo llenaron de hierba seca, a la que dieron fuego para contemplar el humo de la gloria. Los señores se quejaban porque los chicuelos con sus pedreas les interrumpían el paseo, los periódicos llamaban la atención de las autoridades hacia aquellos mozalbetes; todo lo cual hacía que redoblaran el ardor de sus luchas al verse objeto de la atención de los mayores, que eran su público. Y cuando algún caballero, levantando el bastón, los amenazaba con llamar al alguacil, redoblaban la pelea para que admirara su valor y su destreza, y los sacara en los papeles llamándolos mozalbetes."
"Paz en la Guerra". Unamúnez

He visto una serie de sombras provenientes del exterior aquí, en mi caverna. Se dice que los púberes actuales están desbocados a la par que enajenados y se dedican a grabar con el móvil los actos violentos que perpetran. Sus fechorías incluyen clásicos de toda la vida como pegar al tonto, al débil o al tullido, fenómenos más viejos que la tos, y una novedad importante: zumbarle al profesor. En el púlpito que es el sillón de mi queo desde el que lanzo sentencias sobre lo humano y lo divino con un ducados y un jotabécola en una mano y la otra metida bajo el pantalón para acariciarme las partes como si fueran un lomo gatuno y extraer vello púbico que arrojo a izquierda y derecha con ademán de menear un incensario, yo superopino de que, o sea ¿sabes?:

A mí me da que todo esto de pegarle al profesor ocurre porque los profesores son una cosa muy concreta cuya interpretación no admite lugar a dudas ni dobles sentidos: maricones. No homosexuales, maricones, que es distinto. Y creo que lo son porque seguramente, tal y como a mí me apetece inventar, estos pertenecen a las últimas camadas del baby boom, los que tenían en Milikito un referente pedagógico, de entretenimiento y de pederastia Friedmans Family style "percutiendo párvulos con voz aflautada y una gran sonrisa". Porque he hablado mucho sobre esto con mis colegas y puedo asegurar y aseguro que con mis gentes esto no va a suceder. Yo tengo dos amigos que han empezado hace poco a dar clase. Uno, Claudio, con servicio militar cumplido en aviación y hasta la polla de haber chupado guardias cuidando aviones en mitad de la pista a las cuatro de la mañana en Torrejón con menos siete grados y un perro a sus pies, temblando con decoro pero aullando suavecito y sin pausa por el extremo y creciente dolor que supone la progresiva congelación total de los testículos -pero es que el Ejército Español, si bien muy concienciado del problema, no puede permitirse el lujo de desplegar perros asesinos ataviados con braguitas- y el otro es Jesús, natural del norte de Andalucía, en concreto de Fuenlabrada, que habla perfectamente el suajili y podría echar patas ahora mismo hasta las praderas que rodean el Kilimanjaro y sólo llamaría la atención porque va en dirección contrarai a los cayucos y es, entre otras cosas, de color blanco. Pues bien, a estos dos colegas míos, les vienen unos mocos a pegar en clase y, máxime si esta acción se produce bajo la atenta mirada de la cámara de un móvil, les cogen uno por uno de la cabeza, asiéndola con las manos abiertas presionando en cada oreja, levantan la misma hasta estirar los brazos y que cada codo suene "cloc", para estamparles contra el suelo con todas sus fuerzas de modo que ya pueden llevar lo que les queda de vida unos hábitos formales, ordenados y saludables porque cualquier cosa, el humo de un porro de otro o una sola gota de un chupito de cerveza con limón, podría resultar fatal dado que tal habría sido la pérdida de masa craneoencefálica en el pedazo de hostión sufrido a manos del profe, que la muerte de una sola neurona significaría que, automáticamente, así como se convierten las ranas en príncipe y los príncipes en rana, se transformarían en downs. Y si a mis troncos esto les costase el puesto de trabajo, pues no quedaría otra que, tras vagabundear harapientos y desorientados por las calles preguntando a los transeúntes si han visto a su bebé, enrolarse en las Fuerzas Armadas e ir a pacificar el Oriente Medio haciendo derrapes al volante de un BMR en carreteras mitad arenisca, mitad miembros amputados, a noventa por hora, con Rose Tattoo a tope en los bafles y aplastándose latas de cerveza en la frente, así que eso que ganarían.


¡Arriba los corazones!


Dejando de lado este hipotético futuro, a día de hoy nuestros pequeños y adorables hijosputa están que lo tiran. A este fenómeno parece ser que los medios de comunicación y los actores sociales involucrados han decidido llamarlo "bullyng". Puestos a ponerle un nombre absurdo y gilipollesco, yo lo voy a denominar "aerosmith". Es difícil encontrar a alguien en cuyo colegio no hubiera motes por doquier, no sólo para los mataos, sino para todo Dios -Gayofa y Poti eran los más empleados-, un grupo de macarras que hubiese aterrorizado a los más débiles y donde las primeras mamas que brotasen del torso de una fémina hubieran sido objeto de chufla, lírica, cante jondo y, en casos extremos, incontenibles pellizcos con torsión. Todos hemos vivido el "aerosmith" y sólo nos diferencia de lo que ocurre ahora que las gestas de la guerrilla se grababan en la memoria en lugar de con tecnología punta. Y como esto no lo digo yo, que lo dice todo Dios en tertulias radiofónicas y en periódicos, si hasta el extremeño Ibarra se cagó en los lloriqueos que genera el "aerosmith", pues paso olímpicamente de entrar a valorar y analizar la situación y su gravedad repitiendo las mismas tonterías. Lo cual no quita que los actos de "aerosmith" que acontecen cada día empiecen a engordar la estadística y a superar con mucho a la auténtica violencia, la buena, la que necesitan los niños para hacerse Ombres, sin hache, sin mariconadas. Con lo que el día menos pensado nos vamos a encontrar con que toda la violencia juvenil se reduce a patear al débil, tímido y enfermito y grabarlo en el móvil, extinguiéndose las buenas costumbres violentas para siempre. Cosa que, dada la vocación ecologista, ante todo, de MTC, no queremos. Por eso voy a reivindicar, glosando su historia, naturaleza y objetivo, la violencia que necesita la sociedad.


Necesario


Queridos mozos, leed atentamente la siguiente lección porque es muy importante, en tanto en cuanto carece de todo rigor y sólo se sostiene porque mi rabo es un titán y sobre él podría construir la teoría de que los objetos se caen en realidad hacia arriba si me saliese de las pelotas, que no es el caso. Antiguamente la violencia no era mala. Era buena. Era saludable. La gente de antes no iba tanto al gimnasio. Siempre importó la "bola", siempre se decía "saca molla", pero no se pasó de ahí, no por nada, sino porque no tenían tiempo, tenía obligaciones tribales de las que hacerse cargo. No estaban preparados para repartir hostias y enviar al enemigo al hospital listo para una traqueotomía gracias al Ninyitsu y demás patochadas del ramo. Aquellos mozos precursores tenían una ocupación que se llamaba "pibitas". Las nenas pertenecían, como toda la vida de dios, al macho o grupo de machos; eran propiedad de la manada. Y como tal, objeto de conquista por otras manadas o machos heroicos en solitario. Así pues, a las tías las sentaban en un banco de la rue y los machos, alrededor, las contemplaban, vigilaban y cortejaban. Posteriormente, las hordas feministas lo intentaron todo para liberar a estas chatis, como la implantación de máquinas de comecocos en los bares e incluso, a la desesperada, incrustar salones recreativos en la calle para desviar la atención del tigre, aturdirlo, marearlo o anularlo, tal cual hizo la CIA en los sesenta con los jipis introduciendo heroína blanca y pura en el mercado. Pero todo fue baldío, las nenas fueron cogidas del brazo e introducidas por los machos en los recres, sentadas en una esquina, y controladas con reojo avizor ( ?de reojo? o ?ojo avizor?) mientras dos toretes medían sus nabos jugando al Pong, que no Pang!. Pero como la sociedad moderna es compleja, nunca se podía evitar que una de las titis tuviera una prima, una amiga, una compañera de curro de su madre, cualquier cosa que la hiciera moverse a otro barrio un fin de semana y conocer a otro macarra asqueroso que por allí morase. Al regresar, se lo comentaba a su mejor amiga. Ésta otra lo comentaba en su casa durante la cena y llegaba a oídos de su hermano, que ponía rápidamente al tanto a todos sus colegas para planear una incursión violenta en el terreno del otro rapaz. Nadie hacía Shinobi ni Yie Ar Kung-Fu, se limitaban a ir para allá y quitarse el cinto y estampárselo en el rostro al rival por el lado de la hebilla tras un somero interrogatorio que garantizase sus derechos democráticos: ?¿Eres tú fulanito??. En casos extremos, al que había pasado la poleo se le permitía una mariposa para que hiciese monerías con ella mientras los demás se astillaban las cornamentas y que nadie se le acercase, pues era manifiesta su indefensión. Pero por lo general, nadie salía malherido ni, por consiguiente, en los periódicos. Fue ésta una violencia ecopacifista motivada por el Poder del Coño, como el petróleo y las fuentes de energía actualmente a escala mundial. Ahora, pregúntate, generación del siglo XXI ¿por qué luchas cuando grabas al tullido recibir puntapiés en los costillares? No me seas, por favor, un esteta nihilista posmoderno. Sí, ya sé que te aburres. Toda violencia juvenil precisa de aburrimiento en primer grado, pero también de un Leitmotiv por el que, cual corona romana de laurel, luchéis tú y tu plebe. Sin esencia, sin objetivo, sin espíritu, serás violento, pero un violento incompleto.


Ésta para que juegues al rol, esta para que vayas al gimnasio, ésta para que entres en la tuna, ésta para que te molen los Dream Theater y ésta, que te va a dejar la nariz como una puta chancleta para el resto de tu puta vida, para que te des de alta en el meetic


El florecer de los motivos para triturar tabiques nasales

Con la Transición y la llegada del Monarca, Su Majestad el Rey Juan Carlos I de Borbón, que loado sea por el pueblo y agraciado se encuentre con dulces niñas de catorce años de piel aterciopelada y senos turgentes que encariñadas no se separen de él, en España penetraron de golpe las nuevas corrientes que emanaban de Londres y se llegó a la cúspide de la violencia cosmopolita y civilizada. Los adolescentes de finales de los setenta y principios de los ochenta no eran ?ombres?, eran ?megaombres? Actualmente, la población menor de veinticinco años está nutrida de cobardes miserables y cochinos. Hoy día asistimos al lamentable espectáculo de ver cómo el futuro de la civilización, los que han de honrar a la patria, ingresan como mariconas locas en las Fuerzas Armadas, en lugar de ir a morir a las obras. Esos andamios mortales plagados de trampas del vietcong, bombardeos de bloques de ladrillo embalados, corrimientos de tierra en las trincheras de las obras del metro... peligro donde dar el callo, pero no, los mocitos prefieren irse a la tropa profesional a barrer cantinas y hacer turismo. En aquellos tiempos remotos en los que Michael Jackson daba sus últimos pasos de baile junto sus hermanos antes de coronarse rey del pop, los jóvenes españoles iban tanto a la obra como a la mili, y encima les quedaba tiempo para ejercer con elegancia y garbo la violencia adolescente. Eran tiempos de los mods, los rockers y los punks. Era tan sencillo como, de la noche a la mañana, escribir en tu carpeta The Yam, The Straicats o The Clas (sin hache, como el insigne combinado velocípedo que unido a Cajastur terminó siendo Mapei) y quedar para siempre inscrito en la filas de una nueva religión, como una oscura secta oriental, pero más parecido a una logia masónica: su tribu urbana. Estos tres pilares de la urbe, mods, rockers y punks, eran como Inglaterra, Francia y Alemania. Todo el día declarándose la guerra de forma continua en permutaciones de tres elementos tomados de dos en dos. ¿Cuál era su motivo para saltarse las retinas a palazos? "Los otros", el enemigo era el "diferente", era "aquel", no "éste", eran "ellos", no "nosotros". Qué belleza arquetípica la de la naturaleza humana en su versión más chispeante y juvenil. Al poco de desatarse este fenómeno que sembró el asfalto de incisivos, surgieron otras dos subramas muy simpáticas: una, la de los gótico-siniestros, llegada Londres; y otra, la de los Aironmaiden que, joder, también venían de Londres. Los primeros tendrían plena vigencia hoy día, a mi juicio, porque a la hora de exhumar cadáveres nada como sacarse fotos con el móvil junto al fiambre en diferentes posturas a cada cual más risible, pero por lo visto su evolución les ha terminado situando en el cuarto oscuro de discotecas turbias. Y los segundos pues son dignos de un capítulo aparte, puesto que fueron adalides de la violencia más exquisita y su evolución les ha terminado situando en el cuarto oscuro de bibliotecas públicas jugando al rol. Pero los yevis, como Lentini, aquel futbolista del Torino que le costó al Milán tres mil millones y pico de pesetas de 1993 y al tercer día como rojinero se partió la pierna en doce trozos, por un momento, lo tuvieron. La gloria fue a verles, trató de abrazarles, pero rehusaron. El antiguo yevi no tenía absolutamente nada que ver con el actual. Hasta Cayetano Martínez de Irujo sería capaz de darse cuenta pues, gran aficionado a la equitación como es, sólo tendría que tirar del labio superior de ambos e identificar al nene de los ocres dientes de caprichosos contornos que brotan hasta del paladar, como el jevi de los ochenta. Tiempo ha, antes de un concierto, cuando se formaba mucha cola, los yevis se situaban en posiciones estratégicas como los húsares de Federico El Grande y arremetían ahí con todo contra la fila, generalmente a litronazos y pedradas, para generar pánico y caótica desbandada a fin de poder entrar los primeros y ocupar las primeras filas. ¿Cómo es posible que esta tribu de elite haya terminado formada por sinsangres que juegan al rol y leen las Sagas vikingas? Ni lo sé ni me importa, pero cuando me topo ahora con un yevi de los de ahora que me comenta que sus coetáneos no tienen interés ni inquietud por nada, le contesto que cuando las dos opciones de vida que se le plantean al treceañero son o ir a una discoteca puesto hasta el tuétano a bailar alrededor de unos pibones del cuarenta y ocho mil, que están ahí con la única intención y objetivo vital de elegir al propietario del coche mejor tuneado para ser folladas a cuatro patas en el interior hasta que les sangre la nariz, o elegir pasar el fin de semana revisitando por quinta vez en un mes la trilogía de "La diadema mágica perdida de la princesa Evelyn", independientemente de las inquietudes de la juventud, lo inquietante es que alguien tenga cojones de plantear la disyuntiva.



Queridos niños, aquí tenéis que sacaros el bate y castigarle bien el útero


Estas pandillas, aprended cretinillos de hoy, no pegaban a los enclenques. Al contrario, los acogían en su seno, les ponían una chapita y los soltaban por ahí como cebo, a ver si alguien les decía algo por el significado del emblema para tener un casus belli por el que partir un par de cejas y quebrar alguna que otra costilla. Pero como todo en esta vida, aquel crisol de culturas, mosaico sin igual, se fue a tomar por culo porque la gente empezó a ir a la universidad. El porqué, se desconoce. ¿Acaso iban a ganar más dinero que en la obra? La respuesta es no, pero oye, les dio por ahí y cayeron en las garras de la mayor plaga bíblica que jamás haya sufrido país alguno. Yo creo que fue por el Saco de Roma de 1527. Eso de tener al Papa prisionero y arrasar el Vaticano violando y matando todo a nuestro paso -en lo que constituye la hazaña histórica por la que más orgulloso me siento de ser español- Dios nuestro señor que desde lo alto nos contempla nos lo ha perdonado, sí, pero con su penitencia correspondiente enviándonos la lacra, la peste, el sarcoma: la puta tuna. Es posible que la tuna en sí misma no fuese la maldición, puesto que parece que es anterior al Renacimiento, pero si no es ello, lo que es seguro es que el hecho de que perdure hasta nuestros días es o castigo de Dios o consecuencia de un hechizo africano. A mi hacía años que la tuna no se me pasaba ni por la cabeza hasta que en la puta Noruega, repanchingado en una terraza tomando una birrilla mirando al mar, surgió una de la nada, rodeóme y tocóme un "Clavelitos" letal pensando que me trataba de un lugareño. No sé si fue por eso o por qué, pero ese mismo verano, en la Calle San Bernardo, por motivos que no vienen al caso y si te interesan no te los digo y si preguntas te mando a cagar y si te molesta te jodes, estuve a punto de pegarme yo con siete u ocho tunos. Y digo a punto porque si no me llega a pegar mi santa esposa a mí, me doy con ellos con épica y valor lo que me hubiera supuesto una paliza del quince, porque serán tunos, pero no mancos. De modo que al final sólo tuve que soportar el escarnio de un cardenal porque me había pegado mi chica por irracional. No creo que yo sea un tipo muy valiente capaz de pegarse con ocho tíos. Digamos que iba como una puta mona para que se comprenda todo mejor. No es algo muy mío, como una puta mona a todo el mundo le entran ganas de protagonizar heroicas gestas. Yo he visto con estos ojitos cómo un mozo jovencísimo que es uno de los mejores periodistas musicales que hay, si no el único de España con verdadero talento, tras salir de un concierto de Burning en el que mi coleguilla se había derramado lo que quedaba de una botella de whisky por los pezones invitando al resto del público a beber sorbiendo por sus mamas, gritarle a unos Redskins o sucedáneo, completamente ronco: ¡Viva España! ¡Que Viva España! tornándonos sus dos acompañantes más pálidos que Tom Verlaine y eso que mucho color no debíamos tener, que hacía un rato que habíamos dejado de ser bípedos. En fin, lo de que te pegue una mujer, un mal menor. Si me llegan a dar una paliza los otros, en el hospital, llegaría mi madre gimiendo preguntando qué desalmado me había hecho eso y al contestarle yo "Mamá, me ha dado una paliza la tuna", mi progenitora, con un pequeño diástole, hubiera cambiado radicalmente los lloros por un rictus serio y con recia mímica castellana, es decir, cara de sota, hubiera ido desconectando una por una todas las máquinas y artilugios que mantuvieran mis constantes vitales en orden para cogerme la mano, con fuerza, apoyarse sobre mi pecho para que no se notasen mis brutales espasmos y, en el momento de expirar en los albores de la muerte sintiendo como se escapa la vida entre los dedos, se entumecen las piernas y un frío atroz sube por el pecho, susurrarme al oído, vocalizando bastante bien: "Y no vuelvas". Así que es con estos infraseres y no con otra cosa con lo que se encuentran nuestros jóvenes rockers, mods y punks en la universidad, con los tunos. El enemigo de pronto se convierte en algo tan clamoroso e inconfundible que desaparecen las movidas entre ellos para dedicarse a fabricar preciosos monederos de colores chispeantes y juveniles con piel testicular de puto tuno hijo de puta de mierda que te pego leche. Tanto va el cántaro a la fuente que se acomodan, se hacen amigos, todo el día fumando porros, que si "no están, al fin y al cabo, tan mal los Whu, que si yo diría que son algo punks", que si "lo mismo me pasa a mi con los Yams, que los veo también muy punks" y patatín y patatán, cuando nos queremos dar cuenta, de la inacción, el reposo y el abrazar lo acomodaticio, todo ese chorro de energía juvenil se convierte en pocos años en legiones de tíos con rastas, bolsito y sandalias, quedando desarticulado el Poder de Greyskull de la forma más patética imaginable.


Alí Bombaye, que traducido del catalán quiere decir: ETA mátalos


"Vino la guerra de África; España entera se estremeció al grito tradicional de "¡al moro!, ¡al moro!"
Unamúnez otra vez. De Paz en la Guerra también. Y para más cojones, se trata del párrafo que va justo después del que abre esta entrada.

La pérdida de motivos de peso para hacerle tragar a uno sus propios premolares adheridos a un trocillo de encía, tales como que lleve tupé o no, supone el fin de la época dorada. Habéis, tontolhabines, de fijaros en que todo esto se hacía por principios. Hacer lo que te salga de la polla con el único fin de divertirse no es un principio, es una mierda arrabalera. Se nota todo esto hasta en los juegos de ordenador, en los nuestros, cuando los dos players del Double Dragon le metían hostias hasta en el carné de identidad a un desmembradillo, no era por abusar ni por joder, era porque pertenecía a una panda de andrajosos que habían secuestrado a tu novia. Hasta en el Street Fighter cuidaron de que cada personaje tuviese su rollito al final para explicar por qué había recorrido el mundo metiendo yoyas con el mismo gesto con el que Stoichkov celebraba los goles, el Oryuken de las pelotas. Actualmente, tan sólo bajan dos dibujos orientales de los cielos y, hale, a darse, porque sí, sin ton ni son. Es vital tener un motivo de peso para rasgarle la carne de la cara a otra persona. Y no lo digo yo, lo dicen los juristas. En el antiguo código penal existía la figura del parricidio, que era más que un asesinato, pero se dieron cuenta más adelante de que si un menda mataba a su propio padre, al que conocía de toda la vida, es que algo habría hecho el cabrón. Así que dejaron una coletilla legal llamada "parentesco", más pensada para que a la gente le salga mejor violar al hijo de otro en lugar de al suyo, fomentando así las relaciones e integración social y los intercambios culturales, que para penalizar los homicidios y la violencia. Recordad: siempre con un motivo. Motivos cuidados, trabajados... en los que pueda uno recrearse. Algo como lo que ocurrió en la siguiente fase de este hermoso viaje a través de historia urbana, cuando los motivos eran elevados y filosóficos a más no poder: tras la caída de la URSS, la defensa del IV Reich o una dictadura del proletariado multikultural y solidaria; los skinheads contra el mundo.


- ¿Qué pó?
- Richi que son cinco
- ¡QUE PÓ!
- ¡Que son cinco Richi por el amor de dios!


Sale uno de casa. Me da igual su signo. Esto es como los libros de ?Elige tu propia aventura?: si quieres ser un pijito nacional, pon cara de estirado con mirada bovina que segrega serotonina al ritmo que el Real Madrid encadena victorias; si quieres ser multikultural y solidario, pon cara que alterne preocupación y desasosiego con ceños fruncidos revolucionarios por un mañana en el que se cumplirá el sueño utópico ¡tienes al sistema cogido por los huevos!; si quieres ser el brazo armado de los primeros, skinhead nazi, pon cara de comer tuercas, sin más; si quieres ser el brazo armado de los segundos, Sharp o Redskin, pon cara de paleta que lleva toda la mañana poniendo ladrillos soñando con echarle el diente al bocadillo kilométrico que le ha preparado su camarero favorito por la mañana. Estás en la calle. Giras una esquina. Has quedado con los amigos. De pronto, ves que te han visto. Son el enemigo. Se toquetean entre ellos preguntándose si van, vienen o qué. Vienen. Vienen corriendo a triturarte. Echas a correr. Saltas por encima de coches aparcados. Doblas esquinas agarrándote a las farolas. Crees que ya, pero de un vistazo rápido, compruebas que los tienes ahí. Podrías meterte a un bar, pero no lo haces. Tienes la experiencia, como yo, de que eso no vale de nada. En mi caso, una vez perseguía a un mozo, no recuerdo por qué, hace muchísimos años, y se metió en una zona de poblado que había cerca de mi casa. Tal era esa zona, que los niños bien íbamos ahí a hacer fogatas con maderos y cartones que hubiera por ahí tirados y siempre salía algún aborigen de su casa dando voces de espanto señalando los escombros que prendíamos, pues por lo visto eran sus enseres personales. Según se metió ahí el joven, como el Coyote del Correcaminos, giré 180º porque se vinieron como cuatro o cinco a por mí. Me introduje en la Galería de alimentación. Mi esperanza era el frutosequero. Colega mío. Era alcohólico y dormía en la tienda la mitad de los días, pero era buena gente. Me regaló cintas de Triana y de Camarón. Al gitano nunca le he pillado el punto, pero de Triana compré de mayor religiosamente los vinilajes. Llegué hasta su puesto. Le miré a los ojos. Pronuncié su nombre. Ahí me alcanzaron. Fui al suelo. Y puños y pies empezaron a castigarme los costillares. Estirando una mano hacia él, pretendía pedirle auxilio cuando, estupefacto, vi que se estaba partiendo la polla a mandíbula batiente. Por lo visto era más amigo de ellos que mío. Esa lección, que nunca olvidé, explica que si te persiguen para descalabrarte y te metes en un bar o lugar público para protegerte con el entorno, lo único que consigues es que te linchen en el interior, delante de todo el mundo. Y como todos sabemos, si te dan una paliza en un descampado alejado del mundanal ruido, bueno, te jodes, pelillos a la mar, pero si te la dan delante de la gente, al dolor físico has de añadir la vergüenza y la humillación. Tú lo sabes, por eso te dedicas a correr. Llegas a una avenida enorme. Todo recto. Al final, tu parque, con tus amigos. Sólo te queda una salida, correr, correr y correr, para o huir, o que si te atrapan, te golpeen babeando en el inconfundible azul marino del que está vomitando los pulmones. Corres, corres, corres y... lo lograste. Han parado y han dado media vuelta. Cómo corre el cabrón, dice uno de ellos. Cortes de manga y ahí se quedan. Te has salvado. En el parque, a salvo, echas la tarde. Bebes algo. Por alguna razón, decidís ir a casa de no sé quién a no sé qué. Vais tres. Tu colega Equis y el gordo. Equis es un tipo guay y el gordo el típico gordo campechano, siempre feliz, en su papel de gordo alegre. Andáis. Dobláis la esquina. Y, de cara, viene uno de los tres enemigos de antes solo. Le señalas, un grito. Salís a por él disparados. Le agarráis Equis y tú. Hostias en la cara. El costillar también. Se reboza por la pared y da media vuelta, cree que va a huir por el punto de fuga, pero de repente lo eclipsa el gordo, que venía rezagado. El gordo habla mucho de política, pero en realidad lo que nunca ha dejado de molarle son las películas de Bud Spencer, que sigue viendo y viendo en la intimidad. El gordo, por puro instinto poético, junta los dos puños y le enchufa un revés al enemigo que casualmente impacta en su cara de lleno. Sale volando hasta la pared, donde rebota, y cae al suelo con una brecha de siete puntos en la frente y la sensación estremecedora de que peligra realmente su vida. ?¡Qué cojones ha hecho el gordo!?, dice Equis. Tú también estás flipando, ha sido precioso. El gordo directamente ha eyaculado, ni se lo cree. La víctima, como un gamo, gritando muy agudo, cruza la calle corriendo, pero como tumbado, una forma muy rara de correr. Hay una pollería en la acera de enfrente. La casualidad quiere que de ella salga una vieja con toda la compra y éste se choque con ella. La vieja cae al suelo, toda la compra desparramada. Al susto, tiene que añadir el amago de infarto de ver que al chico con el que se ha chocado, le están dando patadas en la cabeza. Con las rodillas ensangrentadas, la vieja grita. El pollero, desde dentro, sabe que si no interviene será cuestionado por todo el barrio, pues piensa que están atracando a la vieja, no pegando al chaval. Con los ojos llorosos, temblándole la comisura de los labios, coge un cuchillo jamonero y sale pegando un grito que, muy lejos de la masculinidad, es entrecortado y lleno de gallos. Vosotros, ante semejante postal navideña, salís volando de allí para no volver a pasar por esa calle en la puta vida. El gordo, aún en la otra acera, también corre, pero desde su atalaya se ha fijado en el detalle más importante, en lo que vale la Laureada de San Fernando: el enemigo, en el suelo, envuelto en sangre, estaba llorando. Qué gol por la escuadra. Qué tarde inolvidable. Y vosotros, mocosos de mierda actuales ¿me vais a comparar esto con hacerle "aerosmith" a un pobre desgraciado? No tenéis ni mierda en las tripas. Habría que coger a vuestros padres y darles repetidas veces con un ladrillo, con el vértice de las aristas, en el pómulo. En los dos pómulos alternativamente.


- ¿Cómo te llamas, chaval?
- Richi
- Richi, te vamos a dar ocho puntos en la cara
- ... jopetas


Finalmente, llega un momento en el que la gente, cansada, no sin cierto hastío, con fatiga crónica, intereses más mundanos, empieza a apreciar la belleza de un atardecer, la sonrisa de un niño... poco le queda por vivir, da incluso gracias por haber llegado a la vejez, añora a los que se quedaron en el camino, a veces se siente culpable por no haber hecho más por ellos y, ese día, el primer día de su vejez, cuando cumple dieciocho años, se jubila. Llegados a este punto, no es extraño encontrarse con parejas de jóvenes marujas -si quieres ser una pareja de jóvenes marujas multikultural y solidaria, que te huelan las ingles a jamón de york; si quieres ser una pareja de jóvenes marujas Dior, ponte una camisa España del Renacimiento de doscientos metros cuadrados y encima un jersey microcentésimoirrisorio todo prietecito- que en un paseo chorra matutino haciendo eso tan propio de las mentes desocupadas, hablar de las vidas ajenas, mantengan la siguiente conversación:

Ricarda: ¿Quién ese señor que jersey azul celeste con pelusos en hombros junto a sus dos hijos de dos años rubitos y preciosos y su perro labrador adorable y tierno compra el diario de Pedro Jota Ramírez y el de Polanco para contrastar más la vigésimo cuarta entrega de los fascículos coleccionables para construir una casa de muñecas gigante en tu propio hogar pieza por pieza y el Lib para su suegra que ha enviudado recientemente?

Rodriga: Pues hija, si es el Richi ¿no te acuerdas cuando estaba viendo al Atleti con los camaradas de Orden Blanco 88 en el bar y entró un moro de estos que había antiguamente que vendían alfombras por la calle y empezaron todos a escupirle y darle collejas y el moro tuvo la osadía de pegar una voz más alta que otra para mostrar su disconformidad con la denigración hacia su persona y Richi cogió y le metió una patada en la espalda con las botas militares de punta de acero y le partió una vértebra y cuando vinieron los municipales y los ambulancieros porque el moro se quedó en el suelo que no se podía mover y uno de los maderos era una tía y se puso a llorar porque los gritos de dolor insoportable que daba el moro mientras le ponían el collarín eran espantosos y terroríficos? pues ese es el Richi, mujer.

Ricarda: Acabáramos, el Richi de toda la vida. Lo estaba confundiendo con el Richi el que de pequeño nunca jugaba con los demás niños y estaba todo el día con el portero y un día fue su padre a buscarlo para no sé qué leches y salió el Richi de la portería con un goterón de lefa colgando de la ceja.

Rodriga: No, ese ahora es profesor de secundaria.

O bien, siguiendo un principio de equidad

Ricarda: ¿Te acuerdas del Franki, Rodriga, sí mujer aquel que una vez que jugaron el Madrid y el Español fueron a la estación de autobuses sabiendo que había tíos de las Brigadas Blanquiazules que volvían en buses de línea ellos solos y cogieron a dos les dieron una paliza de cojones y Franki llevaba la idea de meterle un navajazo en la pierna a uno pero el Choto como todos los jevis bonachones de mierda le dio un ataque de cristianismo y se puso en medio a parar la paliza porque decía que ya era bastante y el Franki se quedó con las ganas de apuñalarlo y le dio tanta tanta rabia que se le fue la olla y se fue luego a por el Choto gritándole que ahora al que iba a rajar iba a ser a él y navaja en mano fue a pincharle en la pierna y el jevi acojonado se cubrió como pudo y en esto que se encogió y en lugar de en el muslo debajo de la cadera le clavó el cuchillo en el costado que se llevó por delante un pulmón y le tocó el corazón y lo envió a la UVI que no daban un duro por su vida y sobrevivió de milagro?

Rodriga: Sí me acuerdo, sí.

Ricarda: Pues le han hecho consejero delegado de Arthur Andersen.

Fin. Y, troncos, me cago en vuestro corazón. Vais por la vida a pecho lampiño descubierto cortando gatos por la mitad y no tenéis ni mierda en las tripas. Hijos de puta. Estáis todos muertos de risa. Payasos. Mierdas.

PD1: ¿Sigue existiendo Arthur Andersen?
PD2: Todas las escenas de violencia de este texto han sido representadas por especialistas y actores y figurantes del Canal Historia. Y las fotos guapas me las ha pasado mi tronco Xabi.

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