lunes, 21 de febrero de 2011

La orden jedi alopécicobigolanar

Ayer unos jóvenes demócratas entraron en el entrenamiento del Atlético de Madrid en el Cerro del Espino (Majadahonda) a acojonar un poquillo a los jugadores. Fue impresionante ver cómo todo dios se najaba; los empleados del club preguntado si ya que estaban querían tomar algo y los jugadores con la bolsa escrotal como una nuez y los ojos vitriólicos de Candy Candy. Tan sólo un Hombre fue capaz de plantarles cara: Bastón.

Miguel González Bastón, entrenador de porteros del Atlético de Madrid, fue guardameta del Burgos durante muchísimos años. Es un cromo que todo adulto que al pan le llama pan y al vino, vino, tuvo de niño una y mil veces; un calvo con bigote preconstitucional como el Tato Abadía (Logroñés), Carmelo (Cádiz) y muchos otros jugadores, funcionarios y señores paseantes con transistor y mariconera. Si el par de cojones que tiene este hombre no quedó ayer suficientemente claro, se podría destacar que en 1990 sufrió un traumatismo craneoencefálico al darse un piñazo con un poste en un lance del juego. Bastón se tomaba en serio lo que hacía. Años más tarde, estuve sentado casi a su lado en un Real Madrid B - Real Burgos de segunda división que ganó el equipo blanco por 4-1. Y al final del partido pidió perdón a los cuatro aficionados que se habían desplazado desde la capital castellana por el ridículo que habían hecho sus compañeros. Lo dicho, era un señor de los pies a la cabeza.

Los señores calvos con bigote preconstitucional abundaban mucho, pero ahora se están extinguiendo. De pequeño, cuando estabas jugando en el parque y te caías de un tobogán haciéndote una brecha de siete puntos, siempre había un calvo con bigote preconstitucional que te metía en su Talbot Horizon, sacaba un pañuelo por la ventanilla y te llevaba a toda velocidad al hospital poniendo el vehículo a dos ruedas si fuese necesario. Siempre había señores calvos con bigote preconstitucional deambulando por ahí sin saber muy bien a donde iban, pero iban haciendo el bien; cabreados por una señal mal puesta o por un coche aparcado en un paso de cebra. Eran como una orden jedi que velaba por el equilibrio del universo, serenos sobre los que descansaba la estabilidad y la paz de la ciudad: el civismo. Quizá no todo era idílico en ellos. Vale, les gustaba Franco, pero quién va a echarle eso en cara ¿nosotros? ¿una generación de españoles que nos gusta hacernos besos negros? anda no me jodas.

Antiguamente había una esperanza. Un joven guerrero descendiente de una larga estirpe de jedis, en concreto, la orden de la benemérita, estaba llamado a extirpar el lado oscuro de la fuerza de nuestro país, pero se pasó al reverso tenebroso por un quítame allá esas pajas. Se llama Carod Rovira. Actualmente su calva y su bigote preconstitucional están ruralmente alborotados, como haciéndoles un desprecio, mientras expande el mal por el universo. Ya no hay esperanza.

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