La única vez que he asistido a una fiesta del Orgullo Gay en Chueca fue hace aproximadamente diez años. Estaba en Moratalaz, había quedado con mis colegas death metaleros -yo fui un death metalero adolescente. Nos fuimos a las afueras del barrio, más allá de la catedral mormona, que poca gente conoce, pero que manda cojones toda ella y lo que la rodea. En un descampado bebimos como perros y, oye, alguna vez tenía que pasar, me comí un cuarto de tripi. Curioso, esperé sus efectos. Mientras tanto, bebiendo y bebiendo hacía el payaso junto a mis amigos. Éramos lo más death metal, pero ninguno de nosotros se lo tomaba muy en serio porque no parábamos de hacer el gilipollas y, como todo el mundo sabe, el death metal no es para reír. Cuando me quise dar cuenta me estaba partiendo el culo de todo. Al rato, corría por lo más profundo del descampado con toda la pandilla. Nos meábamos de risa al ver que la maleza era más alta que nosotros. Aún así, subimos a una elevación del terreno y desde allí vimos -toma moreno- fuegos artificiales -eran las fiestas de otro barrio, no me acuerdo de cuál. Al cabo de media hora de bucear entre arbustos, ver el cielo y que de repente se iluminase con fuegos artificiales estando de tripi fue un momento mágico. Luego, no sé cómo, pero nos fuimos de juerga, como siempre, a Chueca, a un bar que se llamaba Fear, el único que ponía death metal de todo Madrid. En el trayecto en metro a un amigo mío le estaba dando algo de la risa. Otro colega mío, haciendo escarnio de su persona, nos decía por lo bajini entre sudores y risas nerviosas: éste es una "vaca risa rosa sudorosa". Al objeto de la burla se lo comentábamos: eh, escucha, eres una "vaca risa rosa sudorosa". Y él se reía aún más, poniéndose más rojo, más gordo y más sudoroso. Creo que en ese momento es cuando más me he reído en mi vida. El caso es que salimos del metro. Fuimos por los pasillos de Chueca, todos bastante ciegos. Y, fuera, se oía un ruido marchoso terrible, como si hubiera montada la mejor fiesta de la Historia. Agilizamos el paso. Íbamos casi corriendo a ver la que había preparada en la superficie. Y fue salir de la boca de metro, esperando unirnos a la mayor fiesta de camisetas mojadas más grande jamás montada en la Mansión Playboy, y encontramos con cuatro travestis gritando sobre un tablao y centenares de homosexuales fuera de sí. Había mujeres, pero pocas, lo juro. En ese momento, mirarnos y estrecharnos de hombros diciendo, con una inocencia inalcanzable hoy en día, ¿esto qué coño es? añadiendo después con seriedad y agitando el índice: "esto no es lo que parecía, no, no, no, de ninguna manera" debió ser éste el segundo momento que más me he reído en mi vida. Decidimos atravesar el mar de gays como una cadena humana. Todos agarrados para que no nos pasara nada. Los preparativos de "la cadena del metal" también fueron descojonantes. Por el camino gritábamos. Los gays gritaban de emoción en su fiesta, nosotros, de espanto. Aunque en realidad lo que más hacíamos era no parar de reír y llorar de ídem. Llegamos por fin a la calle. Nos paramos en la zona detrás del bar de lesbianas "El Truco". No había tanta aglomeración de gente. Mis amigos cogían aire. Más de uno estaba al borde del infarto y sin poder parar de reír ya no se sabía de qué. Yo estaba completamente embriagado por la alegría. Por la calle pasó un motorista. Salté del grupo. Me tumbé en mitad de la calle para interrumpirle el paso. Paró. Me levanté. Le hice señas para que se quitara el casco. El tipo se lo quitó raudo pensando que le iba a decir algo importante. Parecía hasta preocupado. Se lo quitó. Me acerqué a su oreja y le susurré: a mi también me gusta el mundo del motor. Me empezó a pitar el oído. Según decía "motor" el hombre me había dado un puñetazo en la cara. Volví al grupo. Me entró mal rollo, me amargué y me fui a casa. Así fue mi único Día del Orgullo Gay.
Enhorabuena a todos los mariconzones españoles por tan señalado día como hoy.
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